Prólogo. Londres, 1885

Ashley Blair
Con Kira Liviani

Podía decirse que mi encuentro con Lord Sussex no había sido plenamente satisfactorio, y de no haberme encontrado con mi adorada Kira, probablemente hubiese salido a la intemperie Londinense a cebarme con algún indeseable. Pero las circunstancias dieron un giro inesperado ante tan grata compañía, y aunque no había tenido intención de quedarme en la fiesta de los Malory, cambié de opinión.
Entre frases enigmáticas, huyendo de oídos perversos, Kira y yo nos alejamos de la multitud, para salir al exterior.
La ciudad se extendía ante nosotras con la tenue luz de las farolas del suculento barrio, y el bullicio lejano de los empobrecidos suburbios de la ciudad.
No dejaba de ser curioso que de todos los inmortales conocidos durante mi existencia, fuera a dar precisamente con otra vampira que huía de un pasado amenazante. Me aventuré a preguntar entonces si había conseguido aplacar las furias de su creador.
Sin ningún tipo de reticencia, fruto de nuestra confianza, Kira negó. Un simple cruce de miradas bastó para que ambas corroboráramos que nuestra situación de sigilosa clandestinidad no había cambiado en absoluto.
- ¿Sabes algo de Bryan?- Pregunté.
Ella negó, lo que me produjo cierto alivio. Me aseguró que en todo el tiempo que llevaba residiendo en Londres, no había sabido de él, por lo que en cierta manera, podía sentirme a salvo.
Aun así, mi instinto siempre alerta, no me permitía relajarme. Londres era mucho mas concurrido por inmortales que mi adorada Amsterdam, y las posibilidades de hallarlo por tanto, mucho más elevadas.
Quise alargar la conversación por esos roderos. En realidad, de forma inconsciente, estaba planteándome la posibilidad de solicitar protección. Un acuerdo entre ambas si la ocasión lo requiriera. Pero incapaz de hallar las palabras, pospuse mi idea para un momento posterior, cuando ya hubiéramos alcanzado el cenit de nuestra amistad, de nuevo. Que el tiempo lo enfriaba todo era algo bien sabido, y no quería arriesgarme a ser demasiado descortés, por muchas inmorales correrías que hubieras experimentado unidas.
- ¿Hace cuanto vives aquí? Tengo la sensación de que ya conoces a las personas de alto rango de la ciudad, y ellos a ti. ¿Cuál es ahora tu cuartada?

- Obvia es la respuesta caballero.- Dije hastiada de tanta insolencia. Elisabeth me miró algo estupefacta.
El joven borracho sonrió a la espera de que hablara. Por un momento vacilé fruto de la vergonzosa atención, pero no desestimé mi idea de poner fin a tal despliegue de obscenidades.
Metí la mano en mi bolsillo y saqué tres chelines.
- ¿Pagáis por mis servicios mi lady?
- No.- Me apresuré a decir.- Pago por su aseo. Acuda a los baños públicos y lávese a conciencia. Luego vuelva a Whitechapel y con su talento oratorio, con unas adecuadas y hermosas palabras, quizás seduzca a una joven que le pueda dar lo que tanto parece anhelar.
Tomé su mano y deposite las monedas.
- Si nos disculpa.- Sonreí tímidamente, y me di la vuelta, tomando el brazo de Elisabeth, y arrastrándola tras de mi a paso apresurado. No tenía ganas de ver a mi prima enzarzada en una pelea como si fuera un muchacho.
- Le diste tres chelines.- Dijo Elisabeth anonadada.
- ¿Vino?- Pregunté para distraerla, y le arrebaté la botella que aun guardaba bajo su brazo para proferirle un prolongado trago. El sabor me resultó horrendo, y agrio. Pero pasado un rato, el dulzor final inundó mi paladar. Los ojos me brillaron. – Elisabeth- Continué. - ¿Dónde se encuentra la taberna que me sugeriste para trabajar?

No me equivocaba en mis pesquisas e intuiciones, si algo había aprendido en el tiempo en que desarrollaba mi extraoficial oficio, era que muchos inmortales eran caprichosos y, al igual que la sangre, la ostentación los atraía como las moscas a los restos pútridos.
Cuando llegamos a la mansión, me sorprendí, sinceramente, con la estampa que se nos presentaba.
No sabía exactamente qué había podido levantar aquella reacción pero tenía claro que la turba reaccionaria y protestante contra Sussex no había sido minoritaria lo cual aducía bastante en qué clase de lugar nos hallábamos y si una cosa puedo decir es que tengo animadversión tanto a los monstruos nocturnos como a los adinerados corruptos e hipócritas, incluso a veces eso era peor, porque los vampiros, al menos, tenían un porqué de sus sacrílegas actuaciones, ellos no.
Alaric, aduciendo deberes sociales, me dejó con la presencia de Edeline, a la cual fui acompañando mientras me introducía tranquilamente en este mundo. Personalidades, nombres, lugares en el escalafón social… Quizá no era primordial a primera vista, pero sí lo era, se necesitaba perfectamente conocer de quien te rodeas.
En un momento dado, una mirada me traspasó. Me encontré con una sensación terriblemente familiar, y no pude evitar sonreír para mis adentros.
“Osada” Pensé mientras la veía campar pos sus anchas entre los seres humanos que ella veía como carne. Era toda una ignominia que tuviera aquella indecencia. Pronto dejaría de sonreír, pues acepté su claro desafío.
Seguía con Edeline mientras hacía un barrido por la grandilocuente estancia venida a menos tras el suceso bochornoso. Alguien llamó mi atención.
-Edeline, ahora que tenemos un segundo de discreción, qué ha acontecido aquí para que Lord Sussex haya sufrido los efectos de un tumulto en su propia residencia. Y otra cosa… ¿Quién es aquella muchacha de allí?- dije al vislumbrar a una joven rubia, de apenas 16 años, sola, mirando hacia todas partes, estudiando cuidadosamente cada rincón en un gesto aparentemente superfluo.

Degustando una copa de licor, seguí mi camino por la sala, no había decidido aún cómo presentarme en esta sociedad tan rígida y poco jovial para mis gustos. Sinceramente, esperaba que esta primera impresión pronto cambiara o decididamente, abandonaría Londres bastante más rápido de lo que en principio eran mis primigenias intenciones. Odio el aburrimiento y la monotonía, que puedo decir.
Ella y yo habíamos llegado después de lo acaecido en casa de este mortal que se hacía llamar Lord. No pude evitar reírme paradójicamente. Desde luego había dado buena muestra de sus habilidades nobiliarias. Tremendamente nulas.
Por fin la fiesta comenzó a adquirir interesantes tintes con la llegada de varios inmortales. Me había informado, como buen visitante, de algunos de quienes allí residían y sin duda, pese a la escasa información, una de las inmortales más importantes de la ciudad, había hecho acto de presencia. Rose Leprince. Sonreí mientras mis labios degustaban el licor de mi copa.
Termine con el mismo, observé donde se hallaba Ella y me encaminé hasta ella.
-Ven, es hora de entrar en sociedad-sonreí de medio lado.-Hermanita. Es momento de divertirse un rato ¿no crees?-Reí ligeramente.
Me encaminé hasta donde se hallaba con un mortal. Enarqué una ceja, ante la estampa.
-No hay duda de que el gusto de ambos es exquisito. Ruego, disculpen encarecidamente mi interrupción, no he podido evitar compartir su mutuo asombro ante semejante obra.-dije mirando directamente a Rose tras haber mirado, por cortesía, al molesto mortal.